domingo, 22 de enero de 2012

Bienvenidos




Un nuevo año ha iniciado, algunos ya tenemos las metas definidas  a cumplir, otros esperan que con el pasar de los días el camino ponga los retos... de-construir la mirada del mundo, y comprender el significado de nuestros propios pensamientos... desarmar al interior... en busca de nuevos significados de la realidad. Bienvenidos.




LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ







En las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, 
vivió un zar que enfermó gravemente. Reunió  a los 
mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron 
todos los remedios que conocían y otros nuevos que 
inventaron sobre la marcha, pero lejos de mejorar, el 
estado del zar parecía cada vez peor. Le  hicieron 
tomar  baños  calientes y fríos, ingirió jarabes de 
eucalipto,  menta  y plantas exóticas traídas en 
caravanas de lejanos países. 
Le  aplicaron ungüentos y bálsamos con los 
ingredientes más insólitos, pero la salud del zar no 
mejoraba.  Tan  desesperado estaba el hombre que 
prometió la mitad de lo que poseía  a  quien  fuera 
capaz de curarle. 
El anuncio se propagó rápidamente,  pues  las 
pertenencias  del gobernante eran cuantiosas, y
llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes 
del  globo  para intentar devolver la salud al zar. Sin 
embargo fue un trovador quien pronunció: 
   —Yo sé el remedio: la  única  medicina  para 
vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar  a  un 
hombre feliz: vestir su camisa es la cura a  vuestra 
enfermedad. 
Partieron emisarios del zar hacia todos los confines 
de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era 
tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta  el 
dinero,  quien lo poseía, carecía de amor, y quien lo 
tenía se quejaba de los hijos. 
Mas una tarde, los soldados del zar pasaron junto a 
una pequeña choza en la que un hombre descansaba 
sentado junto a la lumbre de la chimenea: 
   —¡Qué bella es la vida! Con  el trabajo realizado, 
una salud de hierro y afectuosos amigos y familiares 
¿qué más podría pedir? 
Al enterarse en palacio de que, por  fin,  habían 
encontrado un hombre feliz, se extendió la alegría. El 
hijo mayor del zar ordenó inmediatamente: 
   —Traed prestamente la camisa de ese hombre. 
¡Ofrecedle a cambio lo que pida! 
En  medio  de una gran algarabía, comenzaron los 
preparativos para  celebrar la inminente recuperación 
del gobernante. 
Grande era la impaciencia de la  gente  por  ver 
volver a los emisarios con la camisa que curaría a su 
gobernante, mas, cuando por fin llegaron, traían las 
manos vacías: 
   —¿Dónde  está  la camisa del hombre feliz? ¡Es 
necesario que la vista mi padre! 
   —Señor -contestaron apenados los mensajeros-, el 
hombre feliz no tiene camisa.

LEÓN TOLSTOI

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